En mi ruta veraniega por Alemania, uno no sólo se deja seducir por los encantos pintorescos de los pueblos y la espectacularidad arquitectónica de las ciudades, sino que también quiere que su estómago se tome un merecido homenaje. En uno de esos festines bávaros, descubrí algo parecido a esta receta que me enloqueció. Hice una autopsia a conciencia del plato y más o menos saqué las bases para llevarlo yo a cabo. Esta es mi versión y, en serio, está de muerte. Ahí va el proceso de mis particulares "albondiquetas".
Empezamos con las "albodiquetas". En un bol grande echamos la carne y la salpimentamos bien. Añadimos la cebolleta y los ajos muy finamente picados y mezclamos con las manos para que se impregne todo. Ahora toca ponerse creativo. Una cucharada de Bovril, 1 chorrito de Salsa Perrins, el aceite y el huevo. Batimos con energía la mezcla hasta tener una masa propia de las albóndigas. Se puede añadir un poco de pan rallado para que selle o de pan de molde mojado en leche.
Y ahora el truco. Vamos dando forma a las albóndigas, cuando la tengamos hacemos un agujero con el dedo en el centro y metemos un puñadito de hierbabuena fresca y bien picada en el interior.
Cubrimos bien con la carne por todos lados y damos forma de croqueta. Pasamos cada ejemplar por pan rallado y reservamos. Así hasta acabar con toda la carne.
Ahora toca la ensalada de cus-cus. Ponemos a cocer la misma cantidad de agua o caldo que hayamos usado de sémola. Cuando rompa el hervor, apagamos el fuego y echamos en el cazo el cus-cus y removemos bien con un tenedor para que se vaya soltando. En este punto se puede añadir un poco de aceite de oliva y de comino molido. Mezclamos bien y dejamos reposar unos 5 minutos.
Picamos una cebolla y una zanahoria y sofreímos en una sartén con un par de cucharadas de aceite. Echamos sal para que se suden las verduras. Dejamos pochando unos 10 minutos (se trata que queden algo crocantes, no blandas) Añadimos el cus-cus, el tomate cherry cortado por la mitad y el pepino. Damos un golpe de calor para que se temple todo y apartamos del fuego.
Pasamos las "albodiquetas" por pan rallado y freímos en aceite caliente. Unos 4 minutos por cada lado vigilando que no se nos queme. Sacamos a papel absorbente para quitar el exceso de grasa.
Ya sólo nos queda coronar la obra. En el centro colocamos nuestra ensalada a la que espolvoreamos un poco de cilantro fresco y rociamos con un hilo de crema de vinagre balsámico. Alrededor disponemos la lechuga muy picada. Y encima las "albondiquetas"; el número de ellas dependerá de vuestra voracidad del momento. Un gran plato, distinto y altamente recomendable. Alzad una buena cerveza de medio litro, dad al play y disfrutad el momento.
Pasamos las "albodiquetas" por pan rallado y freímos en aceite caliente. Unos 4 minutos por cada lado vigilando que no se nos queme. Sacamos a papel absorbente para quitar el exceso de grasa.
Ya sólo nos queda coronar la obra. En el centro colocamos nuestra ensalada a la que espolvoreamos un poco de cilantro fresco y rociamos con un hilo de crema de vinagre balsámico. Alrededor disponemos la lechuga muy picada. Y encima las "albondiquetas"; el número de ellas dependerá de vuestra voracidad del momento. Un gran plato, distinto y altamente recomendable. Alzad una buena cerveza de medio litro, dad al play y disfrutad el momento.
Película ideal para degustar este plato
CASABLANCA
("Casablanca" de Michael Curtiz - 1942)
Tal vez lo lógico hubiera sido dejarme caer por alguna referencia cinematográfica más árabe, pero, lo reconozco, me ha podido la ambición y el sentimentalismo. En mi defensa debo decir que, pese a todo, nuestra receta guarda bastantes similitudes con este inmortal filme, ya que tenemos el escenario de acción marroquí y el triángulo amoroso protagonista coronando la cima.
"Casablanca" es sin duda una obra importante que se ha hecho leyenda gracias a sus mordaces y lapidarios diálogos, sus memorables secuencias de amor y desamor y a un final que da comienzo a una amistad. Y todo ello corrió a cargo de un monumento de la dirección llamado Michael Curtiz, en cuyo recetario podemos ver piezas colosales como "Robin de los bosques", "La carga de la brigada ligera" o su gran obra a mi juicio: "Ángeles con caras sucias".
Con el marco de la Segunda Guerra Mundial, el guión de "Casablanca" se inmiscuye en un conocido bar-refugio por donde se dejan caer aquellos que huían de las fauces del nazismo en busca de un trampolín de escape. Allí, el dueño satírico y despegado Rick (Bogart en una de sus más emblemáticas interpretaciones), un hombre que antaño fue un idealista reaccionario y que ahora deambula entre las mesas de juego con una neutralidad insultante. El héroe se convierte en la única esperanza de sacar a un famoso líder (Paul Henreid) que resulta ser la pareja del amor de su vida (Bergman, más guapa que nunca) El dilema está servido en la mesa: amor o idealismo. Recuperar el pasado o abrir paso al futuro. Una decisión que lo cambiará todo...
Nuestro plato tiene el componente del cus-cus, que a nuestros ojos, se transforma en el arenoso y amarillento desierto marroquí donde ubicamos esta gran tragedia romántica. Entre sus granos pululan todo tipo de personajes/ingredientes: el desesperado Peter Lorre, el irónico jefe de policía francés Claude Rains, el orondo empresario Sidney Greenstreet, el pianista de la nostalgia Dooley Wilson... confluyen en este templo como el pepino, la zanahoria, la cebolleta, las hierbas aromáticas... Un templo rodeada por el verdor de la lechuga que asedia el refugio del Rick's Café y que se convierte en la frontera que separa la libertad de la opresión. Y como no podía ser de otra manera en toda historia de amor que se tercie, el protagonismo recae sobre un triángulo imposible (como nuestras albondiquetas) que se necesita y se desprecia a partes iguales.
El pasado vuelve golpeando donde más duele: en los buenos recuerdos. Es aquí donde el héroe puede redimirse, donde todo su desprecio se puede tornar en generosidad, solidaridad y en la demostración más sublime del amor. Su despedida en el aeropuerto permanecerá en nuestras memorias cinéfilas por los siglos. Y es que, como nuestras albondiquetas, el personaje estaba cubierto (o rebozado) de una capa para evitar el dolor pero por dentro albergaba el buen sabor o la buena conciencia de la hierbabuena, cuyo aroma y textura supo convertir la pérdida en toda una victoria.
"Casablanca" es sin duda una obra importante que se ha hecho leyenda gracias a sus mordaces y lapidarios diálogos, sus memorables secuencias de amor y desamor y a un final que da comienzo a una amistad. Y todo ello corrió a cargo de un monumento de la dirección llamado Michael Curtiz, en cuyo recetario podemos ver piezas colosales como "Robin de los bosques", "La carga de la brigada ligera" o su gran obra a mi juicio: "Ángeles con caras sucias".
Con el marco de la Segunda Guerra Mundial, el guión de "Casablanca" se inmiscuye en un conocido bar-refugio por donde se dejan caer aquellos que huían de las fauces del nazismo en busca de un trampolín de escape. Allí, el dueño satírico y despegado Rick (Bogart en una de sus más emblemáticas interpretaciones), un hombre que antaño fue un idealista reaccionario y que ahora deambula entre las mesas de juego con una neutralidad insultante. El héroe se convierte en la única esperanza de sacar a un famoso líder (Paul Henreid) que resulta ser la pareja del amor de su vida (Bergman, más guapa que nunca) El dilema está servido en la mesa: amor o idealismo. Recuperar el pasado o abrir paso al futuro. Una decisión que lo cambiará todo...
Nuestro plato tiene el componente del cus-cus, que a nuestros ojos, se transforma en el arenoso y amarillento desierto marroquí donde ubicamos esta gran tragedia romántica. Entre sus granos pululan todo tipo de personajes/ingredientes: el desesperado Peter Lorre, el irónico jefe de policía francés Claude Rains, el orondo empresario Sidney Greenstreet, el pianista de la nostalgia Dooley Wilson... confluyen en este templo como el pepino, la zanahoria, la cebolleta, las hierbas aromáticas... Un templo rodeada por el verdor de la lechuga que asedia el refugio del Rick's Café y que se convierte en la frontera que separa la libertad de la opresión. Y como no podía ser de otra manera en toda historia de amor que se tercie, el protagonismo recae sobre un triángulo imposible (como nuestras albondiquetas) que se necesita y se desprecia a partes iguales.
El pasado vuelve golpeando donde más duele: en los buenos recuerdos. Es aquí donde el héroe puede redimirse, donde todo su desprecio se puede tornar en generosidad, solidaridad y en la demostración más sublime del amor. Su despedida en el aeropuerto permanecerá en nuestras memorias cinéfilas por los siglos. Y es que, como nuestras albondiquetas, el personaje estaba cubierto (o rebozado) de una capa para evitar el dolor pero por dentro albergaba el buen sabor o la buena conciencia de la hierbabuena, cuyo aroma y textura supo convertir la pérdida en toda una victoria.
Fantástica receta para una maravillosa película protagonizada por la mujer mas hermosa ( a mi parecer ) de la gran pantalla de aquella época .
ResponderEliminarTomo nota ,preparo ingredientes y comienzo la experiencia .