En tiempos de dietas, batidos detox y miradas culpables a la báscula, conviene no perder el rumbo y seguir con nuestras recetas sanas, pero sin perder vistosidad. En esta ocasión hago un remake de un plato del chef Gonzalo D'Ambrosio (al César lo que es del César) con estos Aguacates con Langostinos y Pebre chileno, para satisfacer vuestro paladar y calmar a vuestra mente tras los excesos navideños.
Muchas recetas nos hablan de "aguacates rellenos" donde incluimos los ingredientes dentro de la propia carcasa, pero esta vez sacamos toda la carne y lo convertimos en el recipiente. Sobre él, o más bien, dentro de él, caerá un pebre chileno. Uno de los platos más típicos de la cocina de Chile, una suerte de picada vegetal (parecida al pico de gallo mejicano) y bien aliñada con aceite, limón y cilantro. Perfecta para acompañar todo tipo de recetas de asados, carnes, pescados, tacos...
Para la ocasión gastro-cinéfila le pido al genio Roman Polanski que me preste su sublime thriller psicológico "La muerte y la doncella" para la consabida comparación. Así que hoy nos embarcamos en un viaje a las entrañas más crueles del ser humano donde se mezclan emociones e ingredientes de lo más variado. Un plato espectacular, sencillo, vertiginoso y muy aromático para arrancar el año. ¡Mandiles arriba!
Ingredientes (4 personas)
- 2 aguacates maduros (de buena calidad)
- 15 langostinos cocidos y pelados
- 4 tomates maduros
- 1 cebolla morada
- Pimiento rojo, verde y amarillo
- Zumo de 1 limón o lima
- 2 dientes de ajo
- Cilantro fresco
- Mayonesa casera
- Sal, pimienta negra y Aceite de oliva Virgen Extra
- 1 chile picado o Salsa Tabasco (al gusto, pero que se note)
Película comparada: "La muerte y la doncella (Roman Polanski, 1994)
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Los aguacates
Partimos por la mitad los aguacates y les retiramos el hueso dando un golpe firme con el filo del cuchillo y girándolo (saldrá con facilidad). Con ayuda de una cucharilla de café vamos vaciando con cuidado la carne. NOTA: Tiene que salir de una vez, así que paciencia y mimo. Vamos rodeando el aguacate por la piel hasta obtener la pieza completa.
Dejamos las cuatro mitades en una bandeja. Aún no ha llegado su turno... NOTA: Podemos cortar ligeramente la base para que apoye bien.
El pebre chileno
Lavamos y picamos los tomates y los cortamos en brunoise (trocitos pequeños). Pelamos la cebolla morada y la cortamos en juliana fina. Lavamos los pimientos - incluido el chile, si hemos decidido incluirlo en la receta - y los troceamos. Y hacemos lo mismo con los dientes de ajo, que queden muy picaditos.
En un bol echamos todos los ingredientes troceados, exprimimos sobre ellos el zumo de limón o de lima (o una mezcla de ambos), salpimentamos, espolvoreamos cilantro fresco picado y un buen chorro de buen aceite de oliva Virgen Extra. Mezclamos todo bien.
La mayonesa
Echamos en un vaso alto un huevo, sal y un poquito de vinagre o zumo de limón. Añadimos 2-3 dedos de aceite suave, bajamos la batidora y emulsionamos hasta obtener una textura cremosa. Bajamos y subimos un par de veces el brazo de la batidora y listo.
Emplatado
Disponemos las mitades de los aguacates en un plato. Rellenamos generosamente con el "pebre chileno" aliñado. Colocamos encima los langostinos cocidos y pelados y bañamos todo con una buena capa de mayonesa casera. Espolvoreamos un poco más de cilantro fresco y unas gotas de lima y listo. ¡Que aproveche, hitchcookian@s!
Película ideal para degustar este plato
DEATH AND THE MAIDEN
("La muerte y la doncella" de Roman Polanski, 1994)
Iniciamos las locas comparaciones gastro-cinéfilas del recién estrenado 2017 con uno de esos directores emblema, un artista complejo, inquieto, polémico, incisivo y, a todas luces, demoledor. Roman Polanski no deja a nadie indiferente. Sus obras suelen venir cargadas de enorme hendidura dramática, análisis de la conducta humana y una buena dosis de oscurantismo plástico.
En esta receta - de aparente positivismo visual - se encierra una suerte de obra teatral con una mezcolanza de ingredientes y giros argumentales de lo más variopinto. Al ver el plato casi como un escenario y las dos piezas de aguacate sobre él, mi chiflada mente ha escogido la potente y claustrofóbica pieza del genio de origen polaco "La muerte y la doncella"
Uno poco de antecedentes...
Polanski fue allá en los 60 y 70 uno de los grandes directores europeos con un ojo cinematográfico distinto. Antes de su desembarco en Hollywood, ya había firmado obras clave como "Repulsión" o "El cuchillo en el agua", que empezaban a dar muestras de la mente incisiva de un cineasta original, perverso en muchos trazos y con un ansia absoluta por indagar en diversos géneros del séptimo arte.
En 1967 se estrena en Estados Unidos con la divertidísima comedia "El baile de los vampiros", para luego asentarse con la descomunal obra de terror "La semilla del diablo" (Ver cine-receta) y, seis años después, fascinaría al mundo entero con su inconmensurable "Chinatown". Polanski estaba en la cresta de la ola. Pero su vida, asediada de desgracias (desde la pérdida de su madre en el campo de concentración de Auschwitz, pasando por el terrible asesinato de su esposa embarazada Sharon Tate a manos de Charles Manson y familia, y terminando por sus escarceos pecaminosos con una chica de trece años, lo que le obligaría a fugarse de Estados Unidos, para no volver a pisarlo jamás) siempre ha sido una montaña rusa de emociones que ha plasmado en la gran pantalla. Seres humanos al límite en situaciones extraordinarias ("Frenético", "El quimérico inquilino", "El escritor", "La novena puerta" o la celebrada y personal "El pianista"...)
"La muerte y la doncella" corresponde a la etapa de los noventa, una época no muy prolífica (sólo hizo tres obras) pero que explotaría con esta obra agónica, desoladora, profundamente cruel y rodada al milímetro, dando muestras del talento que atesora. La historia encierra a tres personajes (Paulina - una maravillosa Sigourney Weaver -, su prestigioso marido abogado y a un médico en apuros, el genial y sombrío Ben Kingsley) en una casa de la costa en el Chile de primeros de los noventa, tras la caída del régimen militar. La tensión va creciendo durante una única noche hasta el punto que Paulina cree reconocer la voz de su torturador en ese "apacible" médico recogido por su marido. A partir de ahí las dudas, el suspense, la venganza y la piedad se van dando cita en un angosto espacio, que nos atrapa segundo a segundo mientras la música de Schubert nos envuelve en una maraña de agonía.
Nuestra cine-receta trata de recrear ese espacio semi-teatral en la cocina. Una casa asediada por una fuerte tormenta, que podría parecer un refugio, pero que en realidad se transforma en un infierno. En nuestra mente el plato "en mitad de la nada" hace las veces de casita de la playa, de escenario del horror, donde empieza a levantarse la tela de araña.
El matrimonio Escobar sostiene una felicidad aparente. Parece que aquella época oscura de la historia de su país pasó, y el verde del aguacate nos da señas de la esperanza que albergan. Personajes firmes en su convicciones, en su ética... Todo parece ir bien hasta la irrupción de un conductor desamparado, Kingsley. Su voz, su forma de respirar, van dando terribles pistas a Paulina, cuyo estrés emocional empieza a brotar, mezclándose todo tipo de sentimientos en el bol de su cabeza: pimientos, tomate, cebolla morada, ajo, Tabasco... Su mente no quiere creer, pero sus entrañas sí: Miranda, ese médico afable fue su cruel y despiadado torturador, el causante del dolor. Y va a destaparle.
Entre Paulina y Miranda empieza a desatarse una contundente y despiadada guerra psicológica. Sobre esa base asentada y optimista del aguacate se desparrama el "pebre chileno" (en homenaje al telón de fondo de la película) como un torbellino de emociones. Ella ataca. Él se defiende. El picante emerge, lo contrarresta la acidez del limón. Tira y afloja. Venganza o piedad. Locura o moral. Cada silencio, cada pausa, cada duda, cada mueca... es una invitación al suspense, a la sospecha, a jugar con el espectador, que no sabe lo que se va a encontrar en cada nuevo bocado.
El tridente protagonista se corona en la cima del clímax. Ese acantilado final que es testigo del gran duelo final, de la última confesión. Así como los tres langostinos se erigen en lo alto de nuestra receta. Desnudos, cocidos, despojados de todo... Miranda termina por asumir su culpabilidad, y bañados por la misma mayonesa o por la misma condición humana, y con el entresijo de ingredientes/emocione por debajo, el ansia de venganza de Paulina se disipa en la bruma...
"La muerte y la doncella" es una excepcional disección de la brutalidad humana y de cómo los límites de la crueldad son casi invisibles. Polanski logró con esta película clavarnos en la butaca, agarrarnos del pescuezo y mantenernos en tensión constante, porque el suspense es no mostrar, sino sugerir, sin artificios. Y aquí pocos hay, todo es tan directo como un puñetazo al mentón. Nuestra cine-receta ha intentado homenajear esa intensa contienda de ágiles diálogos, silencios como puñales y con esos toques chilenos tan propios de la película.
Poned a todo volumen a Schubert y dejad que esta doncella culinaria os lleve a una muerte dulce...
Una receta muy rica y completa lleva se aliño maravilloso que le da el toque al plato, apuntada queda :)
ResponderEliminarbsss
Maribel
Muy interesante tu entrada, la combinación de una buena receta y una buena película escogida especialmente es muy ingenioso. Besos
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